Tenía un trato con la vida.
Ella le sonreía y él, a cambio,
de vez en cuando, le escribía poesía.
Tenía un trato con la vida.
No se resistía a los cambios y aceptaba,
cuando tocaba, la tristeza.
Pero quedaron en llorarla juntos y, al terminar,
volver con mayor firmeza.
Acordaron no resistirse a crecer, no evitar obligaciones.
madurar cuando hiciera falta pero sin dejar de ser niños
para los que todo, incluido el aburrimiento,
serían diversiones.
Pactaron descubrir nuevas cosas cada día.
Enfrentarse a los miedos, vencer las manías.
Aunque reservaron cláusulas como hoy toca no hacer nada
y que eso también sumaría.
Tenía un trato con la vida. Enfados los justos.
Rencores ni uno. Si tocaba cabrearse habría que hacerlo con mesura.
Sabiendo el por qué y cuidando el cómo.
Sin sustos.
Quedaron en que vale ya de preguntarle a ella
que todo esto de qué va, que de dónde viene, que por dónde saldrá.
Deja de preocuparte. Disfruta imbécil.
¡Venga ya!
Tenía un trato con la vida. Y siempre lo cumplía.
Aunque el día viniera torcido, aunque le dijeran que no le querían.
Aunque lloviera.
Porque cuando eso pasaba, ella le sonreía
Y él, de vuelta, le escribía poesía.
Carral del Prado.