Qué bello sería convertirnos en un rayo de sol o pasar a formar parte de un viento cósmico que recorra el universo infinito. Fundirnos con la fuerza que mantiene unidos en una circuferencia descomunal y perfecta los anillos de Saturno.
Pues, aunque sea iluso, no es infantil pensar en transmitirnos, una de las cosas que nos ha enseñado la física es que la energía ni se crea ni se destruye y nosotros somos energía, electricidad. Una energía anómala y única pero deslumbrante y poderosa. Quizás ahí radique nuestra inmortalidad.
Y, después de miles de años, volver a la tierra convertidos en luz de luna para acariciar el mar y redescubrir las gotas de agua salada y los destellos plateados, mágicos, de los peces y volver a recorrer en una ola cristalina las costas queridas por las que nuestros pies caminaron desnudos cuando aun vivíamos. Sentir de nuevo la primavera en el zumbido de una abeja o flotar en la brisa de verano y besar las espigas doradas de un alba familiar.
Ese sí sería un buen Después.
Carral del Prado.
Bonito. Eso que has escrito ahí me ha gustado.
Muchas gracias Joako, me alegro de que te haya gustado.
Un saludo,
Carral.
Lectura de calidad.