Pienso intensamente en cómo he llegado a esta situación, pero no logro recordarlo.
Buscó en vano la manera de distraer mi mente y sacarla del estado catatónico en el que se encuentra sumergida, pero sólo la hundo más en él.
No pienso en nada y al mismo tiempo pienso en todo.
Mis pulsaciones se aceleran frenéticamente y me flaquean las piernas. Mi corazón busca una salida a través de mi pecho. Y me agobió. Todo lo que antes creía real, ahora se desvanece y la inseguridad se apodera de mí.
Mis pulmones no aceptan más aire en su interior pero tampoco hacen un esfuerzo por vaciarse. Intento aspirar, abro la boca y ensancho mis fosas nasales, pero no lo consigo.
Trato de expirar, relajo el tórax, alargo mis labios como si fueran a soplar y contraigo el diafragma, pero fracaso de nuevo; y el temor a ahogarme en mi propio mar de miedos se hace conmigo. Boqueo desesperado, mientras muevo de un lado a otro las piernas, igual que un pez fuera del agua lucho por sobrevivir, pero me vengo abajo y exhaló mi último suspiro.
Se me nubla la vista y la cabeza me da vueltas, me arden las venas como si la sangre que corre por ellas fuese ácido sulfúrico y se me agarrotan los dedos como si de madera fueran.
Entonces caigo, desfallezco, y ya inconsciente, vuelvo al lugar del que nunca debí haber salido, allí donde todo lo puedo y nada me detiene, donde querer es tener y donde YO soy el único dueño de mi destino.
El barco del que soy El capitán: mis propios sueños.
Jim Tonik