El recuerdo es como la niebla.
Durante el día el calor se acumula en la tierra y de la misma manera, mientras brilla el sol, la soledad se va acumulando en nuestro interior. Se impregna de ese olor a antiguo, a bosque, a lo que huele el barro del que un día salimos y al que algún día todos volveremos. Y cuando llega la noche comienza su magia.
Los sentimientos se van condensando y los recuerdos empiezan a emanar de nuestro interior, suavemente, en pequeñas pinceladas, en trocitos sueltos de imágenes vistas y sensaciones vividas. Lo va cubriendo todo, nos envuelve. Y al alba es imposible ver nada con nitidez.
El sendero se desaparece, la realidad se pierde en una blanca pared que la acoge con voluptuosidad y una fina nostalgia acaricia todo lo que se alcanza a ver y al cabo de un rato no hay sino difusas figuras que resultan familiares, de tiempos pasados, de tiempos más felices, que aparecen y desaparecen entre la bruma.
Carral del Prado.